Se habrá preguntado por qué nuestra gente, al igual que otras comunidades de color, recibe un castigo de contaminación mucho más severo que los estadounidenses blancos. ¿Por qué tantas de nuestras comunidades respiran un aire tan tóxico?
No es un accidente. Es intencional —una herencia de racismo tóxico producto de casi un siglo de prácticas segregacionistas que condenaron a nuestra gente a vivir en algunos de los lugares más indeseables de Estados Unidos.
En inglés se llama “redlining”, por el color rojo que la Corporación de Préstamos a Dueños de Casas (HOLC) usó durante 30 años en sus mapas para marcar las áreas del país que no se merecían recibir préstamos hipotecarios debido a la “infiltración de extranjeros, negros o poblaciones inferiores”.
Un nuevo estudio publicado en Environmental Science and Technology Letters confirma que pese a que esta práctica racista se eliminó hace 50 años, sus catastróficas consecuencias perduran. Comparados con la población blanca, los residentes de las áreas marcadas en rojo viven hoy con más smog, materia particulada y otros peligrosos contaminantes procedentes de carros, camiones, plantas térmicas de carbón y otras fuentes tóxicas que sus contrapartes blancos. En resumen, 45 millones de personas respiran aire tóxico en Estados Unidos.
El catedrático Joshua Apte, coautor del reporte, dijo al Washington Post que, “si solo miramos al número de personas que mueren debido a la contaminación del aire, este es probablemente el problema de salud ambiental más importante del país”.
El abuso contra estas comunidades se acentúa si consideramos que en ellas es donde se construyen un desproporcionado número de focos de contaminación, como autopistas, refinerías, puertos y otras instalaciones de gran toxicidad donde se queman cantidades industriales de combustibles fósiles.
De las 202 ciudades donde se realizó el estudio, en las cuatro peores —Los Ángeles, Atlanta, Chicago y Essex County/Newark— viven millones de latinos. Incluso en las mismas áreas indeseables, los residentes de color respiran peor calidad de aire que los residentes blancos no hispanos.
El reporte concuerda con los resultados de infinidad de encuestas y otros estudios que resaltan estas sistemáticas injusticias ambientales. Un sondeo del Sierra Club y Green Latinos reveló que la contaminación impacta la calidad de vida del 89% de los votantes latinos; que el 40% vive, estudia o trabaja peligrosamente cerca de un lugar tóxico, como una autopista, una refinería o una planta térmica de carbón, y que elevados o muy elevados porcentajes sufren de asma, bronquitis crónica y cáncer.
La solución a esta tragedia nacional es el abandono acelerado de los combustibles fósiles y abrir de par en par las puertas a una economía de energía limpia y eficacia energética. Un reciente estudio de la Asociación Pulmonar Americana indica que optar por vehículos y energía limpia, como la solar y la eólica, salvaría 110.000 vidas y ahorraría $1,2 billones (trillions) en beneficios a la salud y $1,7 billones en beneficios climáticos en los próximos 30 años.
El reporte se centró en los 100 condados con el mayor porcentaje de personas de color, el 3% del total nacional, y concluyó que solo en ellos los beneficios de la energía limpia ascenderían a $155.000 millones.
Esta transformación absolutamente esencial cumpliría también con las prescripciones de la ciencia climática. Según las conclusiones del Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático de la ONU, para evitar las consecuencias más catastróficas del calentamiento global, la humanidad tiene que reducir su consumo de combustibles sucios en un 43% para el año 2030 y en su totalidad para 2050.
Nuestros hijos y nietos no merecen este legado de racismo tóxico, sino heredar un planeta viable, saludable y próspero.
A Legacy of Toxic Racism
You may wonder why we Latinos, as well as other communities of color, receive a pollution punishment much more severe than white Americans. Why do so many of our communities breathe such noxious air?
It’s not an accident. It’s intentional—a legacy of toxic racism rooted in decades of segregation practices that condemned Latinos, Blacks and other people of color to live in some of the country’s least desirable places.
It’s called redlining, as in the color the federal Home Owner’s Loan Corporation used on its maps for 30 years to mark the areas of the country that allegedly did not deserve its mortgage loans because of an “infiltration of foreign born, Negro, or lower grade population.”
A new study published by Environmental Science and Technology Letters confirmed that, despite the fact that this practice was abandoned 50 years ago, its catastrophic consequences persist to this date. The residents of these redlined communities today live with more smog, particulate matter and other dangerous pollutants from cars, buses, trucks, coal burning plants and other toxic sources than their white counterparts. In short, 45 million disadvantaged people breathe noxious air in the US.
UC Berkeley Professor Joshua Apte, one of the study’s coauthors, told the Washington Post that, “if you just look at the number of people that get killed by air pollution, it’s arguably the most important environmental health issue in the country.”
To add insult to injury, a disproportionate number of sources of pollution, such as freeways, refineries, ports and other facilities of great toxicity are built in these communities.
Out of the 202 cities where the study was conducted for two years, millions of Latinos live in the worst four—Los Angeles, Atlanta, Chicago and Essex County/Newark. Even in the same polluted areas, people of color breathe air more polluted than their white counterparts.
This report agrees with countless previous surveys and studies that underline these systemic and systematic environmental injustices. A Sierra Club and Green Latinos poll found that pollution impacts the lives of 89 percent of Latino voters; that 40 percent live, study or work dangerously close to a toxic site—such as a freeway, a refinery or a coal-burning plant—and that high or very high percentages suffer from asthma, chronic bronchitis or cancer.
The solution to this national tragedy is the accelerated transition from fossil fuels to an economy of clean energy and energy efficiency. A just-released report by the American Lung Association concluded that switching to electric vehicles and clean energy could save 110,000 lives, $1.2 trillion in public health benefits across the US, and $1.7 trillion in climate benefits in the next 30 years.
The report focused on the 100 counties with the highest percentages of people of color—3 percent of the national total—and concluded that only in those, the cumulative benefits of clean energy would total $155 billion.
This generationally critical transformation would also meet the prescriptions of climate science. According to the conclusions of the UN Intergovernmental Panel on Climate Change, humanity must cut its dirty energy use by 43 percent by 2030 and by 100 percent by 2050 if we all are to avoid the truly catastrophic consequences of the climate crisis.
Our children and grandchildren do not deserve this legacy of toxic racism but to inherit a livable, healthy and thriving planet.
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