Ese ambientalismo que llevamos por dentro/That Environmentalism That We Carry Inside

English Follows

Original de Fabián Capecchi.

Estamos hechos de tierra, viento y agua del río. 

Si pudiéramos asomarnos a simple vista dentro de nosotros, notaríamos de inmediato cuán natural y cercano nos resulta a los Latinos la idea de la conservación y justicia medioambiental. Es algo que llevamos impreso en nuestro ADN, tatuado en el alma desde hace muchas generaciones y que a veces inadvertidamente nos damos cuenta que continúa allí. 

La relación de los pueblos originarios de América con el medio ambiente es tan antigua y estrecha como la historia misma. La madre tierra, Pachamama en lenguaje Quechua, Qtxu' Tx'otx' para los Mayas o Tlaltenana para los Nahuas, son deidades que representaban a la naturaleza, y una poderosa relación espiritual, cultural, social y económica los unía a sus tierras ancestrales. 

Ese cordón umbilical invisible que une a todos los seres vivientes con el medio ambiente, representa el equilibrio entre el sol, el cielo y la tierra, es la conciencia de que todas las cosas, hasta el más minúsculo ser, las montañas, ríos, el océano, animales, plantas y rocas tienen su importancia y están inseparablemente conectados. 

En cada una de  las culturas indígenas en todo el continente, desde Alaska hasta la Patagonia, encontramos que los mundos material y espiritual se entretejen en una maravillosa y compleja red a todas las cosas vivientes, están imbuidas de un significado sagrado según expone Burger J. en su libro The Gaia Atlas of First Peoples: A Future for the Indigenous World, 1997.

Esas leyes han existido siempre en todas las culturas antiguas de América, y aunque no estaban necesariamente escritas, eran conocidas y respetadas por todos. En sus costumbres, su vida diaria así como sus prácticas tradicionales reflejaban tanto el amor a la tierra como esa responsabilidad por su preservación para las generaciones futuras. 

Nuestros pueblos originarios utilizaban los recursos que proveía la tierra, como la madera o el agua, de manera moderada; cazaban, pescaban o recolectaban lo estrictamente necesario para la supervivencia de sus pueblos, teniendo el cuidado de no sobreexplotar los recursos, y siempre agradecían lo que tomaban. Comprendían, no sin errores, cuánto dependían de ese medio ambiente, y si éste era degradado simplemente ellos mismos sufrían las consecuencias.  

Hoy en día el mundo se encuentra en una encrucijada, lo que antes fue una idea por volver a los métodos ancestrales de conservación indígenas para enfrentar el cambio climático, ahora se ha convertido en una necesidad imperiosa. 

Los métodos vigentes para proteger las áreas naturales utilizados han resultado muy controversiales y, de todo, menos justos. Estos ignoran completamente a las comunidades que viven en las áreas protegidas como si no existieran o peor aún, los expulsan, de forma abierta o encubierta, despreciando sus costumbres y el valioso conocimiento que les había permitido mantener ese equilibrio donde naturaleza y comunidades conviven en armonía. 

Las prácticas ecológicas ancestrales, por ejemplo en la agricultura tradicional han demostrado ser más eficientes y respetuosas del medio, pues no están basadas en obtener renta sino en la sustentabilidad de las comunidades: es la forma natural y apropiada para preservar la tierra, el agua y el aire. 

Un excelente ejemplo es el manejo que han hecho los pueblos de la reserva de biosfera de Uaxactún, una zona de Guatemala donde la explotación de la caoba, un árbol de madera preciosa que está seriamente amenazado en los trópicos. La concesión les fue entregada a los pobladores locales, no para hacerse ricos, sino como medio de sustento, y han establecido un sistema asombrosamente eficiente que le ha permitido a los árboles de caoba recuperarse, para beneficio tanto de la vida silvestre como de la comunidad.

Además, este método indígena, genera 14 mil empleos directos sustentables, y otros 90 mil indirectos en la zona, donde casi no se producen incendios, no hay cacería furtiva o tala ilegal. Un modelo de sustentabilidad extraordinario que está siendo estudiado para replicarlo en otros países.

El concepto de justicia medioambiental no es nuevo, solo que ahora viene con un nuevo envoltorio y otro nombre. Siempre ha estado entre nosotros, creciendo, nutriéndose, esperando volver a ser invocado a través de la educación y el activismo, a fin de reunir de nuevo el mundo natural con el nuestro, pues somos uno solo. 

Las comunidades indígenas de todos los países deben ser consideradas parte del medio ambiente, y por lo tanto ser protegidas. Somos parte de ellas. Nuestra cultura, costumbres y esa relación ecológica no debe ser olvidada, ni sustituida por otras.  

El Sierra Club se integra como uno solo para apoyar la diversidad, el respeto por nuestra herencia ancestral, la igualdad de derechos y la necesaria integración de esa riquísima cultura como un valioso aporte a esa unidad indivisible que aspiramos a ser como nación.

English

We are made of dirt, wind, and river water.

If we could peek inside ourselves, we would immediately notice how the idea of conservation and environmental justice comes naturally to Latinos. It’s something we have imprinted in our DNA, tattooed in our souls from generation to generation, and that sometimes we inadvertently realize that it is still there.

The relationship of the native peoples of America with the environment is as old and close as history itself. Mother Earth -- Pachamama in Quechua language, Qtxu 'Tx'otx' for the Mayas or Tlaltenana for the Nahuas -- are deities that represent nature, and a powerful spiritual, cultural, social, and economic relationship linked them to their ancestral lands.  

That invisible umbilical cord that links all living beings with the environment represents the balance between the sun, the sky, and the earth. It makes us aware that all things -- from the tiniest being to mountains, rivers, the ocean, animals, plants, and rocks -- are inseparably connected.

In every single one of the indigenous cultures throughout North and South America, from Alaska to Patagonia, we find that the material and spiritual worlds are woven into a wonderful and complex network that includes all living things. They are imbued with a sacred meaning as explained by Julian Burger in his landmark 1997 book, The Gaia Atlas of First Peoples: A Future for the Indigenous World.

Those laws have existed in all the ancient cultures of America. They were not necessarily written down, but they were known and respected throughout the Americas. The customs, the rituals of daily life, and traditional practices reflected both their love for the land and their responsibility for its preservation for future generations.

Native peoples used the resources provided by the earth, such as wood or water, in a moderate way. They hunted, fished, or gathered what was strictly necessary in order to survive, making sure not to overexploit resources while being grateful for what they took. They made mistakes, but they understood that if they degraded their environment, they would suffer the consequences.

Today we are at a crossroads. Returning to ancestral indigenous conservation methods to combat climate change, until recently a quaint notion, has become an urgent necessity.

The current methods employed to protect natural areas are blatantly unfair. The communities that live in protected areas are completely ignored as if they did not exist or, yet worse, they get thrown out with complete disregard for their customs and the valuable knowledge that has allowed them to maintain a delicate balance where nature and human communities coexist in harmony. 

In traditional agriculture, for example, ancestral ecological practices are proving to be both more efficient and more respectful of the environment. Instead of focusing on making a profit, these practices focus on sustainability -- the natural and appropriate way to preserve and protect our land, water, and air.

The Uaxactún biosphere reserve in Guatemala is an excellent example. This is an area where the exploitation of mahogany -- a precious wood tree -- is seriously threatened. The mahogany concession was given to local people, not to get rich, but as a livelihood, and they have established an astonishingly efficient system that has allowed mahogany trees to recover, benefiting wildlife and the human community.

In addition, this traditional method generates 14,000 sustainable jobs directly connected with the mahogany harvest, and another 90,000 jobs that are tangential but still connected. There are virtually no fires, no poaching, and no illegal logging. It is an extraordinary sustainability model that is being studied so that it can be replicated in other countries.

The concept of environmental justice is not new, but it now comes with new packaging and a new name. It has always been with us, growing, nurturing, and waiting to be invoked again through education and activism in order to reunite the natural world with our communities, for we are one.

Indigenous communities in all countries must be respected and protected. Indigenous culture, our customs, and our relationship to the natural world mustn’t be forgotten or cast aside. Nothing less than the future of humanity is at stake.

The Sierra Club joins us in supporting diversity, respect for our ancestral heritage, equal rights for all people and living things, and the rich Indigenous cultures that have so much to teach us.